Siempre hemos hablado de puertas abiertas, pero nadie habla de ventanas encendidas.
La noche cayó como cemento mientras nosotros seguíamos
intentando fingir que tú no me odiabas, que yo no quería pegarte un puñetazo en
la cara y de repente, el comedor se inundó con mis gritos coléricos en silencio
entre tus preguntas retóricas. Retumbó el eco de mis tristes dudas y el portazo
que diste después de darme tu adiós, pero yo cogí mi mala cara y me fui, sin
cambiar de opinión hasta que llegué a aquel autobús y vi tu cara y mi cara
reflejada en el cristal como llamándome. Mire para otro lado sin dejar de
pensarte, ni de sentir que quería dar la vuelta, aún sin saber que decirte
exactamente y que esta vez no te cabrearás, pero yo tenía ese don de ponerte a
cien o de los nervios y no había término medio. No, nosotros no éramos de
medias tintas, si follábamos, follábamos, si discutíamos, terminábamos follando
y si nos decíamos adiós… Nunca nos habíamos dicho adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario