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domingo, 20 de enero de 2013

Siempre hemos hablado de puertas abiertas, pero nadie habla de ventanas encendidas.


La noche cayó como cemento mientras nosotros seguíamos intentando fingir que no me odiabas, que yo no quería pegarte un puñetazo en la cara y de repente, el comedor se inundó con mis gritos coléricos en silencio entre tus preguntas retóricas. Retumbó el eco de mis tristes dudas y el portazo que diste después de darme tu adiós, pero yo cogí mi mala cara y me fui, sin cambiar de opinión hasta que llegué a aquel autobús y vi tu cara y mi cara reflejada en el cristal como llamándome. Mire para otro lado sin dejar de pensarte, ni de sentir que quería dar la vuelta, aún sin saber que decirte exactamente y que esta vez no te cabrearás, pero yo tenía ese don de ponerte a cien o de los nervios y no había término medio. No, nosotros no éramos de medias tintas, si follábamos, follábamos, si discutíamos, terminábamos follando y si nos decíamos adiós… Nunca nos habíamos dicho adiós.

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