Éramos tristes porque los buenos momentos nunca me inspiraron
a decirte cosas bonitas, me alejaban. No era capaz de corresponder a tus “te
quiero” con nada más que un beso y aunque sabía que nunca fue suficiente no lo corregí,
solo espere. Y tú me esperaste a mí, sentado en aquel coche rojo, cada vez más
nervioso, diciéndome que “nada” cuando estabas cabreado, pero me cansabas y te
chillé. Entramos en un bucle de querernos poco, de llamarnos lo mínimo y de no
decirnos más que hola, follar y adiós. A mí no me gusto, te preferiría a las
cinco de la mañana despertándome con tonterías como “déjame enamorarme de ti
por favor…”, pero ya hasta aquellas palabras no parecían tuyas cuando unos meses
después volví a leerlas y las borré. Eran demasiadas cosas, demasiadas pocas
ganas…así que a las 10 de un día 29 de Mayo estaba de vuelta, demasiado pronto
en casa, de donde nadie me pediría que volviera, ni me echaría de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario