Yo te
miraba esperando los ojos del tigre sobre mi yugular, arrancándome la ropa,
mordiéndome la virginidad, haciéndome daño en lugares que no conocía y tú me
acariciaste. Tú mano cálida atravesó mi ropa, se coló bajo mi piel y me tocó el
corazón. Fue una fusión de frió con calor que de repente me asustó, pero no pude
moverme, ni salir corriendo, ni quise. Así que veinte minutos después seguías
allí, mirándome, sin intentar llegar a meterte en mi ropa interior y yo
rechazando el hecho de que, quizás yo era la que necesitaba ser salvada y la que
te comía con los ojos. Y entonces fue cuando la que vino a salvarte se perdió.
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